Aquí es dónde, para rizar el rizo de la temporada, nos da el tío la victoria. Y terminamos de chapar este antro.
Como Coke.
Esto escribía Víctor Fernández el día después de la final contra el Liverpool:
Coke es el Sevilla. Y el Sevilla es Coke. No hay un jugador en la plantilla que represente con más perfección lo que es actualmente este club. El Sevilla se ha hecho grande desde la humildad, desde la cercanía de sus trabajadores, desde el sevillismo y la apuesta económica personal de sus dirigentes, desde la pasión puesta en el trabajo. En una ciudad sin arterias empresariales, folclórica y conformista ha irrumpido un sueño con actuales aires de grandeza pero armado desde una base sencilla y modesta, y tremendamente exigente como esa afición que nada entre la mediocridad del día a día y la ambición cuando se pone la camiseta de su Sevilla.
Coke se acomoda perfectamente a este curioso perfil. Es humilde, cercano, trabajador y valiente. Ha jugado de lateral, de centrocampista, de extremo y se pondría de portero si se lo pidieran. Se entrega con pasión en cada una de las misiones que le encomiendan y levantaría la mano para encabezar cualquier ataque suicida. Se siente cómodo en su papel de jugador modesto. A Coke te lo puedes encontrar dando un paseo en bicicleta por la ciudad, en el teatro, con una pizza en el cine. Con la misma naturalidad con la que el mejor director deportivo de Europa, Monchi, acude cada mañana a sus entrenamientos a un gimnasio normal y disfruta en San Fernando de su pueblo y de los carnavales. Quizá, el Sevilla no tendría sentido y sería inviable fuera de esta ciudad y sin la idiosincrasia de su gente. Quizá Monchi no habría tocado tanta gloria si hubiera salido de su particular ecosistema. Y, posiblemente, Coke viviría del fútbol pero nunca hubiese logrado ser la estrella que es actualmente en este Sevilla. Una estrella particular, cercana, humilde pero brillante y desbordante. Como este Sevilla rey de Europa.