Conocimos a un par de tipas en el Café Madrid, nos las llevamos a jugar un billar a Las Vegas, tras pasar un par de horas allí volvimos al Café Madrid para despedirnos, allí aparecieron dos notas, uno canijo alto con la camiseta del Barca, conocían a las chavalas y empezaron a echarle una bronca importante.
El colega que bajó conmigo del pueblo ese día hoy en día es picaor de toros y tenía los dedos de las manos con 16 años como un catálogo de nabos y solo conocía dos posiciones, encendido o apagado, se puso en medio de las chavalas y los tipos y se encaró con ellos. Las chavalas vinieron a mí a pedirme por favor que parara a mi amigo. Yo le miré la cara, ya tenía los mofletes rojos como siempre le pasaba cuando se enfadaba, que era a menudo y sabía de lo inevitable, solo me dio tiempo a decirle a las dos chavalas "demasiado tarde" para acto seguido escuchar un cabezazo en tabique que pareciera que a tu abuela se le había caído una olla de cabrillas al suelo.
En segundos llegaron más amigos del sin napia y nos metimos en el Café Madrid, el camarero no quería que entraran dentro porque sabía que le íbamos a destrozar aquellos y nosotros entramos para recoger elementos bélicos, así que se puso en la puerta con un taco de billar evitando que entraran.
Una vez que se calmó la cosa y vio que no había nadie en la calle nos pidió que nos fuéramos y no volviéramos más, algo en lo que no tuvimos que hacer mucho esfuerzo ya que cerraron para siempre meses después. Cuando íbamos camino de la estación de autobuses que nos llevaría al pueblo le sonó el teléfono a mi amigo. Eran las chicas, pidiendo perdón por todo y pidiendo que quedáramos con ellas en un sitio para tomar algo juntos.
Mi amigo, del que tengo anécdotas inagotables y que era un caliente, me miró con felicidad y justo antes de decirles hacia donde íbamos le arrebaté el teléfono de la oreja, ya que te podía cambiar las herraduras de un caballo sin mirar pero de lógica iba cortito, y le dije a las chicas que perfecto, que quedábamos en tal sitio y colgué.
Mi amigo me miró con la cara desencajada porque habíamos quedado casi en la otra punta de donde estábamos y no se dio cuenta de que la llamada de las chicas era un reclamo para encontrarnos en zona enemiga y ponernos la cara como una sandía de Los Palacios.
Volvimos a casa.
Al día siguiente, en el instituto que estaba y que estaba regado de tipos de todo pelaje, surgió una conversación de una pelea que hubo el día anterior y de como le habían echado la cara abajo a no se quién de los pajaritos en el Café Madrid. Yo metí la oreja y, haciéndome el tonto, pregunté por más datos, y me dijeron que les habían pegado entre 8/9 notas (jeje) y que estaban buscando a los autores.
A los dos días llamaron al teléfono de la casa de mi colega amenazándolo, no sé cómo conseguirían el teléfono pero lo hicieron, y éste jugó el comodín del público. Les dijo de quedar en un lugar semi apartado de Sevilla al día siguiente, acto seguido, llamamos a su tío de Camas del que emitiré el nombre y apodo porque puede ser que esté vivo, muerto o en el talego y que, como anécdota, diré que en una disco de Olivares tumbó a dos Guardia Civiles, llegaron otros dos que lo metieron en el patrullero, partió el cristal a puñetazos y se le salieron los tendones del antebrazo y, agarrándoselos con la otra mano, tumbó a los otros dos y lo tuvieron que buscar junto al Seprona por medio del campo.
Le dijo a su tío lo que había pasado, este le preguntó por la zona y la hora donde habían quedado y le dijo que no se preocupase.
Al día siguiente vino a vernos y nos dijo que ya no iba a haber más problemas con esa gente. No sabemos qué pasó ni qué hizo pero así fue, cero llamadas y cero problemas al respecto.
Otro día contaré cómo un Guardia Civil jugó a los bolos con nuestras cabezas en una Feria gracias a la ingeniosa respuesta de mi colega manos de nabo.