Que estaba yo pensando, mientras leía a un alma perdida fliparlo con Billy El Niño, que cómo nos come la raja del culo la geosfera, la Luna y parte de Marte a nuestra poco explotada leyenda delincuencial.
Leyenda, bien es verdad, que en muchos casos resulta edulcorada con anécdotas de alta carga sentimental y dudosa exactitud, pero con el suficiente peso material de datos expresos como para situar a aquellos personajes tanto geográfica, como patrimonial, como temporal, como judicial, como condenatoriamente. Personajes de los que más allá de una serie de televisión, que encarna en uno muchas de las anécdotas de otros, poco se hace por contarlo más allá de algún museo en Ronda. La lista es extensísima, y algunos provocaron incluso una fase embrionaria de la delincuencia organizada tejiendo a lo largo de toda una Comunidad Autónoma una red de informadores, localidades afines, colaboradores a sueldo y bares sedes de una forma muy parecida a como operan los clanes de la droga modernos, cambios en la "estructura policial" española de siglo XIX (que se puede decir rápido pero que no es ninguna gilipollez, más con lo mal que tiene que ver la cosa el Estado para incidir en cambios de manera cuasi idiosincrásica), además de hacer las veces de brazo armado tanto del partido liberal para la lucha con absolutistas o de terminar formando parte de lo que se puede considerar un prototipo de contraespionaje y mercenarios gubernamentales para contribuir a su propia erradicación.
Eso por un lado, pero por otro, casi cien años después de su erradicación de formal oficial, surge otra enooooorme generación de personajes, más caduca en su periodo de vida, de mucha menos enjundia, pero igualmente prolífica y que a toro pasado van alcanzando su mística: Los quinquis. Malhechores surgidos de un modo muy distinto a los anteriores, utilizados de una forma incluso más diferente y bautizados también de forma diametralmente opuesta, puesto que es una palabra de jerga policial y no responde a causa etimológica alguna como la de bandolero.
Lo último que he leído es que también llevan un tiempo siendo estudiados en las facultades de Criminología en España.
Opinen o troleen, hijos del agobio.
Leyenda, bien es verdad, que en muchos casos resulta edulcorada con anécdotas de alta carga sentimental y dudosa exactitud, pero con el suficiente peso material de datos expresos como para situar a aquellos personajes tanto geográfica, como patrimonial, como temporal, como judicial, como condenatoriamente. Personajes de los que más allá de una serie de televisión, que encarna en uno muchas de las anécdotas de otros, poco se hace por contarlo más allá de algún museo en Ronda. La lista es extensísima, y algunos provocaron incluso una fase embrionaria de la delincuencia organizada tejiendo a lo largo de toda una Comunidad Autónoma una red de informadores, localidades afines, colaboradores a sueldo y bares sedes de una forma muy parecida a como operan los clanes de la droga modernos, cambios en la "estructura policial" española de siglo XIX (que se puede decir rápido pero que no es ninguna gilipollez, más con lo mal que tiene que ver la cosa el Estado para incidir en cambios de manera cuasi idiosincrásica), además de hacer las veces de brazo armado tanto del partido liberal para la lucha con absolutistas o de terminar formando parte de lo que se puede considerar un prototipo de contraespionaje y mercenarios gubernamentales para contribuir a su propia erradicación.
Eso por un lado, pero por otro, casi cien años después de su erradicación de formal oficial, surge otra enooooorme generación de personajes, más caduca en su periodo de vida, de mucha menos enjundia, pero igualmente prolífica y que a toro pasado van alcanzando su mística: Los quinquis. Malhechores surgidos de un modo muy distinto a los anteriores, utilizados de una forma incluso más diferente y bautizados también de forma diametralmente opuesta, puesto que es una palabra de jerga policial y no responde a causa etimológica alguna como la de bandolero.
Lo último que he leído es que también llevan un tiempo siendo estudiados en las facultades de Criminología en España.
Opinen o troleen, hijos del agobio.