el drama de la botellona venía en verano. Nos quedabamos literalmente 3 tipos para hacer botellón en los jardines murillo. Nos mirabamos mientras mentalmente resolviamos ecuaciones aplicando algoritmos y cantidad de variables (fondo total, precios de los lotes, horas por delante, derretimiento del hielo..) y resolviamos: Somos 3, ergo 2 lotes. Entre 12 o 14 las cantidades se camuflaban, pero entre 3 quedaba al desnudo nuestra vocación etílica
Y mejorar eso era ir a la urbanización de la playa de tus padres a interaccionar con un montón de gilipollas que incluso cuando eran mayores que tú no bebían ni se drogaban ni un tercio de lo que tú solías hacer dos veces por semana.
Y pasar por unos síndromes de abstinencia del carajo con la boca como una piedra pómez y regusto a candado, mientras intentabas recordar cómo se interaccionaba con la gente sin alcohol. Para al menos saber cómo empezar a sonreír a las mierdas infumables que aquella gente con tan poca calle te contaba en un paseo marítimo demasiado iluminado y lleno de cáscaras de pipas.
Luego ya, volvías sabiéndote un alcohólico menor de edad, pero sabiendo aún mejor que te morías de ganas de botellón para tres en los jardines con lo que fuera que hubiera de oferta en el Ahorra Más que estaba junto al mítico Video Movie 3, en el que pasé la otra mitad de adolescencia alquilando mierdas. Que llevabas un mes conteniéndote y que ya era hora de un poco de vida real.
Ojalá poder hacer un día una peli sobre los botellones en los Jardines, la Gavidia, el Líbano o luego el Río. Tuvimos mucha suerte, era precioso como para arrancarse los ojos.