Ayer encontré casi por casualidad en Netflix un documental de cuando Jerry Seinfeld acababa de cerrar la mejor serie cómica de la historia y tras un tiempo sin hacer nada y con más millones de los que podía manejar, vio como la depresión asomaba hocico (algo similar a cómo le pasó a su socio Larry David) y se propuso empezar de cero, pateando clubs de stand-ups pequeños hasta sentir que había recuperado la forma y que podía volver a vivir de su profesión.
Continuamente habla de los grandes con devoción y humildad, de Lenny Bruce, de George Carlin, de Richard Pryce y de Bill Cosby, de cómo le intimidan. Y en un momento, cuenta la anécdota de estar deprimido con sus millones y su piscina y de ver como unos obreros volvían a currar después del bocadillo. Y que si ellos podían, él también.
El documental ofrece un paralelismo entre este periodo de Seinfeld y el de un cómico joven mediocre que cree merecerlo todo porque grita mucho en el escenario y vive una ensoñación tóxica en la que cree estar a la altura de los grandes sin haber hecho una p*ta mierda.
Hoy me despierto antes de una nueva semifinal de Europa con el culo con más espasmos que el pobre Michael J Fox cuando le hacen cosquillas, leo la entrevista a Jesús Navas en El País, todo lo que está bien en la misma y me acuerdo de gente como el subnormal de Barragán el año pasado hablando en Marzo de ser los favoritos y de cómo Europa entera les tenía miedo y payasadas así.
La suerte podrá estar de tu lado o no. Pero el orgullo de portar esta filosofía de trabajo y humildad aún después de haber acumulado más títulos que Agatha Christie ya es un motivo de orgullo y un ejemplo a seguir para cualquiera y en casi cualquier ámbito profesional.
Disculpad el tochazo, ha sido una cagada larga.